Hace más de 10 años, aún sin barbas en el rostro, con muchos kilos menos y la voz aguda, un grupo de chicos -de entre 15 y 17 años- empezó un partido que no tendría fin. Impulsados por el cierre de la etapa escolar y las ganas tremendas de mantener una amistad perenne en el tiempo, arrancaron un juego que luego pasaría a ser tradición y años más tarde se convertiría en religión: ‘La peña de los domingos’.

Entonces, muchachitos de Cercado de Lima, Callao y el Cono Norte, y otros de más lejos, se comenzaron a reunir de manera ininterrumpida. Juntaban las propinas de la semana y cada domingo acompañaban la pichanga de otras rutinas y conversaciones sobre el futuro: quién ya ingresó a la universidad, los primeros trabajos, la academia, las relaciones efímeras, las fiestas. La vida poscolegio.

Los años pasaron. Algunos dejaron de asistir. Otros se volvieron intermitentes. Las prioridades cambiaron, las exigencias de la adultez impedían llegar cada domingo. Los cuerpos mutaron. Algunos perdieron ese físico envidiable de 16 años, producto del trabajo, estudio, familia y nuevos pasatiempos que la mayoría de edad te permite. Pero ‘La peña de los domingos’ nunca paró.

Se sumó el amigo del amigo, el primo, el vecino, el hermano menor que ya no es un niño -y nos recuerda que estamos viejos-. Entonces, los nuevos, los antiguos y los que llegaron de casualidad y nunca se fueron hicieron fuerza común para que no muera la tradición. Y pese al tiempo y a los cambios en el equipo, bastaba bajar una vez después de meses o años, y se podía confirmar que la amistad seguía siendo la misma.

El amor por la pelota -o por verse y reír juntos- hizo que ‘La Peña’ se juegue hasta en los días más impensados: un domingo de censo, Día de la Madre, 1 de enero y 25 de diciembre, o una noche de apagón. Si un campo cerraba, se buscaba otro. Si no había quórum, aparecía un equipo rival. Si jugaba Perú o un club, las horas corrían un poco, y algunos llegaban desde el estadio. Pero nunca se detuvo, hasta ahora.

El coronavirus no solo frenó el fútbol profesional, sino también a nosotros, a los amigos que nos reunimos para recordar épocas antiguas y sudar toda la rutina de la semana. Se extraña la pinchanga, el barrio, la gente. Porque con talento o sin él, en losa, césped, pista o tierra, y en zapatillas de marca o con zapatos viejos, todos tenemos una ‘Peña de los domingos’ que extrañamos.