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El otro Mundial ya lo perdió Brasil. Ese en el que no hay ni Neymar, ni Hulk ni Julio Cesar. Sino poco más de dos millones de personas cuyo principal objetivo es sobrevivir. Aquí también les llaman vagabundos y están por dos lados. Ellos no protestan, no hacen manifestaciones. Solo están ahí, como zombis.
Mientras los diarios llenan sus páginas con fotos de Neymar en camilla y piden hacer tendencia el apoyo al Scratch para el duelo de mañana ante Alemania, por el pase a la soñada final; el otro Mundial se juega también los descuentos en las calles. Adictos a la cachaza, la bebida alcohólica más barata en Brasil, los vagabundos son parte de esa inmensa tajada olvidada por la presidenta Dilma Rousseff.
Como en el Scratch, los contrastes en Brasil son demasiado evidentes. Por más pudiente que sea un barrio, siempre hay vagabundos rondando. Acomodados en el suelo o atrincherados en una escalera, bebiendo, nadando en la basura, pidiendo limosna. La mayoría le son indiferentes.
Al mismo tiempo, Felipao se rompe la cabeza buscando replantear un once sin Neymar. La opción más clara es sumar un volante: mantener a Fernandinho y Paulinho, por delante de Luiz Gustavo. Fred de punta, y Hulk con Oscar de extremos en un conservador 4-3-3. La otra opción para reducir a los alemanes es con Fernandinho y Luiz Gustavo en mediocampo e incluir a Ramires como extremo por derecha, tal como sucedió ante México. Por el extremo izquierdo iría Hulk con Fred de punta, y tras él, más suelto, el habilidoso Oscar en un 4-2-3-1. La idea, siempre, es el ingreso de un volante por Neymar.
Dilma no duda como Scolari, ella definió la táctica social sin rodeos. Hace un año, se habló aquí de una "limpieza social", un plan conjunto con la FIFA, cuyo fin era "desaparecer" vagabundos. Se denunció en 2013 la desaparición de 195 alcohólicos. Todos, quemados vivos. Aplicado o no, el plan no tuvo éxito. Sea en Copacabana o en el centro de Sao Paulo, los vagabundos rondan a placer. Como un Messi o un Van Persie, esperan sigilosamente el momento exacto para dar el golpe. En el menor descuido, pum!, chau billetera o teléfono. Más efectivo, ni James.