| Crecí escuchando las historias de los ‘Potrillos’. De que era un señor y después un gran arquero. Que había un Farfán que no metía goles, pero los impedía con la ferocidad de apodarse ‘Pechito’ y jugar al lado de León, de ‘Tripita’ León. Que Sussoni emulaba a Duarte en la banda derecha, y que Peña se abría paso con su juego en la izquierda. Que después del ‘Patrón’ Velásquez, Casanova había tomado la batuta del mediocampo, y que codo a codo con Chamochumbi se volvían impasables. Que ‘Pacho’ Bustamante la pisaba como si estuviera bailando salsa, y que en el ataque siempre buscaba a un tanque de apellido Tomassini; un delantero 4x4 que era fuerte, alto y de un corazón noble, que hacía que todos los amagues de Watson valgan la pena.

Me contaron sobretodo -en mi casa aliancista- que, antes de , pasó por Matute un tal Luis Escobar, que lo apodaron ‘Potrillo’ y que andaba por las calles de La Victoria con una banda de quimbosos y firuleteros conocidos como “Los Cotizados”. Que la grandeza de como técnico solo lo igualaba el genio que se manejaba. Me contaron historias que se volvieron leyendas y, que con el título del 97, volcaron felicidad en mi infancia.

En cada día de la Canción Criolla o en cada 8 de diciembre, el sountrack que repito sin cansancio es ese himno que dice que “la gente de Alianza Lima se va, se va. Para jugar en la gloria por Navidad. Salieron de La Victoria para triunfar”. Una letra que estremece, a pesar de los 32 calendarios vividos.

Alianza Lima es un sentimiento alimentado por la fe de su gente. Y que, hay que decirlo, elevó a este equipo de mártires, al plantel de 1987 a un nivel de amor único. Como al Señor de los Milagros en octubre. O a Sandro Baylón, un tiempo después. La mística que abrazan los íntimos es un caso sui géneris en todo el mundo. Por eso son distintos. Porque se reconstruyeron después de la peor tragedia que ha vivido un equipo de fútbol en este país. Porque esperaron casi dos décadas para volver a salir campeón. Y hoy, que la casa está bien cuidada, da gusto pisar Matute cuando el equipo juega.

Horas tristes

La noche del martes 8 de diciembre de 1987 es un latigazo en la memoria de millones. La pregunta entre los hinchas blanquiazules mayores de 40 años es la misma. ¿Qué hacías? ¿Quién te dio la noticia? ¿Cuál fue tu primera reacción?

La respuesta es la misma. Espanto. Miedo. Horror. La noche limeña y el mar de Ventanilla habían devorado las ilusiones del pueblo aliancista. En total. 43 vidas habían caído al mar, falleciendo 16 jugadores, 6 miembros del comando técnico, 4 dirigente, 8 barristas, 3 árbitros y 6 tripulantes.

Lo inexplicable se apoderó de las portadas días después sabiendo que el piloto Edibelto Villar fue el único sobreviviente. Y aunque tardaron hasta el año 2006 en revelarse las verdaderas razones de la caída del Fokker -27 (placa AE-560), nada ha podido calmar la tranquilidad de las familias.

Alianza Lima regresaba a la capital con un triunfo 0-1 ante Deportivo Pucallpa, y tomaba la punta del Descentralizado. A nueve años del último título (1978), este equipo de jóvenes encendía todas las velas de la ilusión en medio de ataques del terrorismo y de una economía que comenzaba a desplomarse. Se subieron triunfadores a un avión para volver a casa. En casa los siguen esperando después que partieron a la eternidad.

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