Lo apropiado sería hablar de una selección joven y comprometida. De jugadores con amor propio que han demostrado coraje y talento de sobra. Lo amable sería ver en esta Copa América una pequeña rendija que nos ilusione con un cambio de horizonte, hablar de un inmenso Trauco, de un incombustible Vílchez, de un Rodríguez impasable, y una ‘pulga’ infalible.
Pero lo cierto es que hacerlo, rendirse al júbilo y a la ilusión del hincha sufrido, sería un engaño. Rodríguez y Vílchez tienen ambos más de 30 años. Ruidíaz y Trauco, a las justas, llegan cada uno a los 65 kilogramos. Tienen todos amor por la blanquirroja; tienen arrojo, talento y hambre de gloria. Lamentablemente, desde hace varias décadas, estas características no bastan para ser el mejor. Y eso es lo que aspira cualquier selección que se precie.
Para ser ganadores se necesitan atletas que te representen. Jugadores con talento, claro que sí, pero que además tengan la velocidad y la capacidad física para competir contra selecciones de elite mundial. Que no se me malinterprete: Perú hizo una Copa América más allá de lo esperado, y supo ir creciendo en juego y rendimiento. Comenzó errático ante Haití, hizo 40 minutos espectaculares ante Ecuador, aunque no pudo sostener la intensidad ni el resultado, y sacó adelante un resultado histórico ante Brasil, a pesar de completar un partido tímido y sin prácticamente haber llegado con peligro al arco verdeamarelo. Ante Colombia, Perú mostró su mejor nivel y jugó con ritmo, intensidad y disciplina táctica.
El balance, qué duda cabe, ha sido positivo. Gareca cuenta con más alternativas hoy para la Eliminatoria que hace apenas un mes. Pero pensar en Rusia todavía suena a hazaña. A excepción. Al Mundial casi siempre llegan aquellos equipos que trabajaron para ello a largo plazo. Los que hicieron la tarea. Y Perú todavía tiene, en el mejor de los casos, una década de retraso.
Por ello, habría que aprovechar este fervor popular para insistir en la importancia de embarcarnos en una apuesta hacia el futuro. Un futuro que se basará en el rendimiento y los logros de un presente que cada día se antoja más amable. Pero que, de nuevo, esto no bastará. Necesitamos divisiones menores competitivas. Clubes locales que peleen palmo a palmo Libertadores y Sudamericanas de forma sistemática. Canteras profesionales, que engendren jugadores formados. Buenas personas. Bien alimentados, psicológioca y físicamente fuertes. Es el camino largo, claro está. Pero es también el único que conduce al triunfo. Los otros -atajos agrestes y difusos- apenas y acarician la gloria.