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Los ídolos no necesitan acreditarse de hechos reales para disfrutar su condición de prodigio. Llega un punto en su historia en que lo son y ya. Suele existir un equilibrio entre lo que inspiran y lo que rinden en la cancha. Pero cuando lo segundo falla, lo primero pone en evidencia que no importa cuanto fallen, su naturaleza impresionable hará lo suyo y, con una resolución absoluta, convencerá a cualquier mortal que el crack es crack y punto. En ese proceso emocional, la razón brilla por su ausencia. Por eso no hay defensa más sólida que la de un aficionado poniendo las manos al fuego por su jugador favorito.
Paolo Guerrero es la evidencia más absoluta del ídolo. Se le perdona todo, tenga o no culpa. Pero sin él en la selección peruana ante Nueva Zelanda, nos topamos con la obviedad de que hay méritos cuya labor es, quizá, tan vital como anónima.
La manifestación más impecable y pura la protagoniza Yoshimar Yotún, un zurdo sobre el que orbitan organización, defensa y ofensiva. Chalaco de pase milimétrico y panorama clarividente: ve el tránsito de la pelota antes de que exista.
Con 151 minutos bajo las órdenes de Gareca, la repercusión de Paolo Hurtado en la Blanquirroja es tremenda. 120 segundos después de pisar el Olímpico de Atahualpa, ante Ecuador, definía con borde interno para un gol que hoy nos tiene en el repechaje. ¿Es una locura pensar que la escena puede volver a repetirse este viernes?
Aldo Corzo es otro de esos seres celestiales que hacen el milagro sin ser vistos. Su entrega resuelve sus carencias y su disciplina táctica supera el más voluminoso talento natural de cualquier rival de turno. Si quieres entenderlo, revisa en YouTube la jugada que genera el tiro libre para el gol de Paolo ante Colombia: Corzo se zambulle de cabeza en la misma dirección que el patadón del defensa Fabra para ganar la falta. Hay que querer mucho lo que haces para poner en riesgo así tu integridad física.
Christian Ramos convive con la sensación de ser un central siempre cuestionable. Quizá por ello su exigencia es máxima y el resultado es garantía plena en la zaga. Lleva alcanzando picos inesperados de rendimiento, aunque está lejos del aplauso efusivo del hincha. Cuando se pone la bicolor, su calidad se multiplica. La lista continúa y emociona. Advierte, además, que la heroicidad cuando no es exclusiva permite también salpicones inesperados de tintes épicos en el resto. Y, lo más importante, nos permite creer que podemos.