No lleva ni tres semanas al mando de la selección, y ya a Ricardo Gareca le comenzaron a llover críticas. Su primera convocatoria ha generado una suerte de consenso: Claudio Pizarro ya cumplió su ciclo con la selección, y este debería dar paso a nuevos rostros que intenten cambiar la cara a un equipo que durante las últimas décadas solo ha sabido de derrotas y procesos truncos.
Gareca ha sido claro respecto al aporte de Pizarro en el combinado nacional: “Es un orgullo para todos los peruanos por lo que ha hecho en el fútbol europeo”, dijo el último martes, en lo que parecía ser una defensa a ultranza del todavía capitán de la bicolor.
Lo cierto es que Gareca tiene razón. Claudio Pizarro ha sido y es, hasta hoy, el principal embajador del fútbol peruano. Su trayectoria y talento en Europa son irrefutables, y su profesionalismo -ahí donde le tocó jugar- ha sido siempre destacado por técnicos y colegas. Con la selección no tuvo suerte. Y digo suerte porque, al margen de los resultados, Pizarro siempre estuvo dispuesto a vestir y representar a Perú, incluso cuando las críticas aquí eran furibundas y en la apacible Alemania era considerado un ídolo. Por ello, sería mezquino olvidar que en los peores momentos fue quien puso el pecho y asumió gran parte de la culpa por los fracasos deportivos de la selección.
Por ello, creo que Claudio le dio al Perú todo lo que estuvo a su alcance. Cierto es que nunca fue el delantero letal que un día fue en el Werden Bremen y en el Bayern, pero esa historia no es endémica de Claudio. La han sufrido otros jugadores, mucho más brillantes, como Messi, Cristiano Ronaldo, Zlatan Ibrahimovich, y un largo etcétera de estrellas que no lograron emular en sus selecciones lo que hicieron a nivel clubes.
El problema, entonces, no es Pizarro sino Gareca. Uno entiende que el argentino crea que lo mejor para el equipo sea tener jugadores de probada jerarquía, pero al hacerlo -al convocar a Claudio- la señal que envía es de continuismo y nula voluntad de cambio. Para el peruano promedio, Pizarro simboliza una época lamentable de nuestro fútbol, y su solo llamado representa el lastre de un pasado penoso. Por ello, entiendo que, más temprano que tarde, Gareca deberá cambiar de estrategia y pensar en un leve recambio -nada bueno sale de cambios radicales- para construir una nueva selección sedienta de gloria.